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¡Mejora tu Inteligencia Emocional YA!


Dicen los expertos que la inteligencia emocional es llevar alineadas la razón y la emoción. Es como el manual de instrucciones que nunca nos dieron cuando nacimos, pero que resulta muy útil cuando te lo ponen en bandeja a cualquier edad. Y es que en realidad supone aprender a conocerse a uno mismo, comprender el por qué de muchos de nuestros comportamientos y actitudes, posibilitando nuevas opciones para disfrutar mejor de la vida. 

Muchos de los problemas del mundo actual son debidos a la falta de inteligencia emocional, no sólo de los líderes políticos o empresariales sino de la ciudadanía en general. Ante la pregunta de si se nace o se hace la inteligencia emocional hay que decir que, aunque hay personas que debido a su experiencia de vida han aprendido esta asignatura de forma “natural”, lo cierto es que es posible formarse en ello y aprender a emplearla de manera habitual. 

Cociente Intelectual versus Inteligencia Emocional

¿Recuerdas aquél test de inteligencia que nos hacían en el colegio? Eran pruebas que medían nuestro cociente intelectual, el CI (IQ en inglés) y que, en general, servía para que supiéramos que no éramos especialmente “inteligentes”, discriminándonos frente a los privilegiados “superdotados”. Pues bien, frente a esa inteligencia que demuestra nuestra capacidad intelectual, la emocional ha sido infravalorada hasta hace unos pocos años. 

En la actualidad se reconoce que la inteligencia emocional es tan importante como la otra y en las empresas se buscan personas especialmente dotadas en este ámbito. 

Seis Emociones Básicas

Las emociones rigen nuestra vida de manera que es importante reconocerlas, leerlas y saber cómo utilizarlas con las actitudes adecuadas. Según Javier Mañero, director de “Escuela de Inteligencia” de Madrid, especialistas en inteligencia emocional, “las seis emociones innatas que tiene el ser humano son: el miedo, la tristeza, el enfado, el asco, la sorpresa y la alegría”. El miedo y la tristeza son emociones que nos van a dar mucha seguridad si somos dueños de ellas. Si controlamos el enfado y el asco obtendremos serenidad. La sorpresa y la alegría bien gestionadas nos ayudan para conseguir la superación. 

Estas emociones básicas se pueden manifestar a través de una serie de cargas emocionales que nos perjudican, como son: el miedo con el temor, la tristeza se manifiesta con la apatía; el enfado con la ira; el asco con la repulsión; la sorpresa con la parálisis, y la alegría con la falsa euforia. Estas cargas se pueden canalizar adecuadamente si se conoce cómo se gestionan las emociones. Frente a ello hay personas que las quieren controlar, y lo hacen a través de vías de escape como el alcohol, la droga, el acoso laboral… 

Gestionar los Enfados

Conocer por tanto nuestras emociones nos lleva a emplearlas adecuadamente. Eso no quiere decir que no podamos enfadarnos, por ejemplo, pero también hay que saber hacerlo adecuadamente. Según Virginia Gonzalo, psicóloga de “Escuela de Inteligencia”: “no siempre que nos enfadamos estamos realmente enfadados, sino que el enfado muchas veces es la forma que tenemos de expresar otras muchas emociones”. 

La teoría explica que, cuando se produce un enfado, deberíamos tratar de “leer” qué nos está indicando esa emoción y saber qué necesidad se esconde detrás. Además hay que tener la habilidad de, en el momento que se produce una descarga emocional, dar paso a la razón. “El ser humano además está diseñado de manera que las emociones desagradables duran cuatro horas y las buenas dos”, dice Virginia Gonzalo, con lo que los ratos amargos de nuestra vida son más extensos que los agradables. 

Comprender el Amor

“No me quiere” decimos a veces cuando una persona a la que amamos no nos corresponde como nosotros esperamos. La inteligencia emocional nos descubre que no todo el mundo siente el amor de la misma manera.

Además de las emociones básicas, el ser humano cuenta con una serie de sentimientos que son más complejos, como es el caso del amor, en el que cada uno le va dando unas características específicas según su experiencia de vida. Por ello no hay dos personas que quieran igual, ya que la cantidad y proporción de ingredientes con las que se construye el amor es muy diferente. Comprender este simple concepto nos puede ahorrar más de un disgusto con nuestra pareja. 

Sentimiento de Culpa y Resentimiento 

Otras dos cuestiones que se trabajan en inteligencia emocional son el sentimiento de culpa y el resentimiento. “Ya no le vuelvo a hablar nunca más”, expresión típica de éste último, nos hace más daño a nosotros mismos que a la otra persona.

Lo que es preciso saber es por qué se produce: a veces nos hacemos una imagen de los demás que no se corresponde con la realidad, idealizando a la persona y obviando sus defectos. Si nos falla, es decir, no se ajusta a la imagen que tenemos de ella, nos consideramos defraudados. Para luchar contra el resentimiento hay que bajar las expectativas que tenemos de los demás y comprender que, con él, los más perjudicados somos nosotros mismos que nos vamos corroyendo por dentro con una carga emocional negativa, mientras la otra persona a lo mejor ni siquiera es consciente. 

El sentimiento de culpa está relacionado también con las expectativas, en este caso, sobre nosotros mismos. Es muy habitual, sobre todo en aquellas personas especialmente perfeccionistas, que tengamos un listón muy alto en cuanto a cómo somos y cómo debe ser nuestro comportamiento. Cuando cometemos un error, nos “fustigamos” metafóricamente porque la imagen que nos habíamos hecho de nosotros mismos no se corresponde con la realidad.

¿Qué podemos hacer en este caso? Por un lado, bajar el listón, y por otro, tratar de comprendernos y sobre todo, asimilar que somos seres humanos y que nos equivocamos como los demás. Gestionar adecuadamente tanto el resentimiento como el sentimiento de culpa nos ayudará a ser más felices y a vivir la vida con menos cargas emocionales que nos hacen mucho daño y nos provocan infelicidad. 

La importancia del Compromiso

“Dijiste que me llamarías y no lo has hecho” es una de las reivindicaciones más habituales del mundo de la pareja que suele llevar consigo en muchas ocasiones un enfado posterior. Y es que la responsabilidad del compromiso está siendo infravalorado en nuestra sociedad. Si hace unos cuantos siglos el “dar la palabra” era sinónimo de tener un sentido del honor, hoy en día ese concepto se ha perdido.

Damos y rompemos nuestra palabra continuamente sin ser conscientes de lo que ello supone. “El problema, dice Javier Mañero, es que nos comprometemos con mucha ligereza, y no nos damos cuenta de que por esa ruptura de la palabra vamos a pagar un precio muy alto: baja nuestra autoestima, pérdida de confianza por parte de los demás en nosotros, el respeto… muchas relaciones se rompen por esta causa”. No sólo los compromisos con los demás, sino con nosotros mismos afectan a nuestra autoestima.

Todas esas promesas que nos hacemos a primeros de año -los famosos “propósitos” (dejar de fumar, aprender inglés, ir al gimnasio, etc)- provocan en nosotros una pérdida de autoestima si no somos capaces de cumplir lo que nos habíamos propuesto. Ante ello la inteligencia emocional nos aconseja evitar los “debería” o los “tengo que” que nos imponemos en nuestras vidas y apostar exclusivamente por los “quiero”.

Seamos realistas, si no quieres dejar de fumar, no lo vas a hacer, no merece la pena martirizarse con promesas a incumplir, que sólo nos sirven para restarnos energía. 

Practicar la Escucha Activa 

Posiblemente hay una razón por la cual el ser humano tiene dos orejas y una sola boca, porque deberíamos escuchar más y hablar menos. Pero además, esa escucha debería ser “activa”, es decir, con los cinco sentidos. 

Uno de los problemas más habituales también de hoy en día es que “oímos” pero no “escuchamos activamente”. Cuántas veces estamos ante un interlocutor que nos está hablando y nosotros estamos pensando más en la respuesta, en lo que vamos a decir a continuación que concentrándonos en lo que esa persona nos quiere transmitir. Esto provoca que nos perdamos mucha información de utilidad, más aún, escuchar activamente es gratis, pero no escuchar nos puede costar muy caro. 

Conocer nuestras Necesidades

¿Qué hay detrás de un adolescente que quiere que le compres las zapatillas deportivas de moda? Gracias a la inteligencia emocional podemos conocerlo y actuar en consecuencia. Abraham Maslow, psicólogo humanista estadounidense, nos descubrió lo que hoy en día se consideran las “necesidades básicas del ser humano”, algo que también nos puede ayudar a comprendernos mejor. En el nivel más bajo están las necesidades fisiológicas: comer, dormir, aseo, respirar. En el siguiente escalón están las de seguridad: empleo, casa, ropa. A continuación están las necesidades de pertenencia: querer y sentirse querido, pertenecer a un grupo, a una comunidad. En un escalón superior, están las necesidades de reconocimiento: éxito personal o profesional, sentirse valorado. En el último nivel está la autorrealización, es decir, la capacidad de contribuir a la sociedad, de sentirse realizado. Volviendo al ejemplo del adolescente, la tenencia de unas zapatillas de moda puede estar provocada por una necesidad de pertenencia, de ser aceptado en un determinado grupo de su instituto, donde “todos los chicos las llevan”. El reconocimiento de esta cuestión nos puede servir para conocer qué necesidad se esconde tras las actitudes de ciertas personas, comprenderlas mejor e incluso ayudarles a realizar algún cambio en su conducta. En el caso del hijo adolescente, habría que tratar de cubrir su necesidad, sin cumplir su deseo, evitando comprarle las zapatillas de moda pero ayudándole a integrarse en el grupo apuntándole al equipo de baloncesto, por ejemplo. 

Y es que en realidad cualquier deseo puede enclavarse dentro de alguno de los cinco niveles de Maslow; si quieres comprobarlo haz una lista de 100 deseos que te gustaría conseguir. Una vez terminada, analiza a qué tipo de necesidad se refiere y verás cómo por muchos anhelos que tengas, todos están relacionados con los cinco tipos descritos. 

Padre, adulto y niño

Según Eric Berne, padre del Análisis Transaccional, cada persona posee en su interior un padre, un adulto y un niño. En función de los contextos, de las situaciones y de las personas que nos encontramos, actúa por nosotros uno de estos “personajes”. Esto hace que seamos capaces de ser niños en ciertos momentos de nuestra vida, jugando y disfrutando de cualquier cosa que nos suceda; adultos responsables conscientes racionalmente de lo que hacemos o padres protectores al cuidado de otros individuos que están a nuestro cargo y que no tienen por qué ser exclusivamente nuestros hijos. 

Un jefe puede actuar con sus empleados como padre, lo cual puede ser bueno si lo que hace es ayudarles en su desarrollo profesional, o puede resultar asfixiante si lo que pretende es hacer el trabajo por ellos, controlarlos en exceso, no delegar, etc. 


¿Cómo distinguirlos? 
El padre es el que nos dice lo que tenemos que hacer; el adulto se mueve más por la aprobación social, y el niño es aquel que va a cumplir su objetivo siendo curioso, espontáneo, juguetón…Ninguno de los tres es mejor que los demás. Lo ideal es tener la habilidad de emplear cada uno de ellos en función del momento. 

Conocer y reconocer en nosotros mismos estos tres personajes y utilizarlos sanamente es otra de las opciones que nos ofrece la inteligencia emocional. 

Juzgando y Prejuzgando

Juzgar y prejuzgar a los demás es un deporte universal. Creamos juicios de valor sobre los otros con tanta rapidez que a veces no les damos tiempo ni siquiera a manifestarse como son. De hecho, se dice que en siete segundos nos hacemos una imagen de una persona. Y a veces, ese juicio previo, esa etiqueta que le hemos puesto, pasa a ser una sentencia, independientemente de su comportamiento. A consecuencia de esta “deformación mental” que nos hacemos de alguien perdemos la posibilidad de darle una oportunidad, y por tanto, de conocerle realmente. “Hay una frase que utilizamos mucho en Escuela de Inteligencia, dice Javier Mañero que es: si ves algo de alguien que te gusta, imítalo; si ves algo de alguien que no te gusta, pregúntate qué tiene que ver contigo”. Y es que ese típico refrán: “Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el nuestro” es una auténtica realidad. 

Y no sólo juzgamos y prejuzgamos a los demás, también a nosotros mismos, “yo es que soy así” nos sirve en muchas ocasiones para dar excusas de nuestro comportamiento ante los demás y ante nosotros mismos, sin darnos la oportunidad de modificar nuestra actitud. “No valgo para las matemáticas”, “yo no sé planchar”, “el bricolaje no se me da bien”, son juicios de valor que no hacen más que limitarnos y evitar nuestra capacidad de crecer. 

La Inteligencia Emocional y el Liderazgo

Cada vez más, el liderazgo está relacionado con la inteligencia emocional hasta el punto de que no se concibe un buen líder en ninguna organización profesional, política, pública o privada que no sepa gestionar de una manera adecuada sus emociones. Un buen ejemplo de ello es el propio presidente de Estados Unidos, Barack Obama, una de sus mejores cualidades es que está dotado de una gran inteligencia emocional que le hace resolver de manera adecuada, desde el punto de vista de sus emociones, cualquier situación. 

En 2004 Daniel Goleman, uno de los principales divulgadores del concepto de inteligencia emocional publicó en la revista “Harvard Law Review” un artículo denominado “¿Qué hace a un líder?” en el que explica lo relevante que resulta que una persona tenga una serie de características de inteligencia emocional para ser un buen líder. Si quieres saber si puedes ser un buen líder revisa cómo estás en estas cuestiones. 

Autoconciencia: si te conoces a ti mismo y sabes cuáles son tus fortalezas y debilidades, tus necesidades y tus motivaciones. Autorregulación: la capacidad para gestionar correctamente tus emociones, canalizándolas según necesites. 

Motivación: la posesión de un impulso interior que te mueve a levantarte cada mañana, que te ayuda cuando estás en baja forma y que además, se transmite a los demás con facilidad. Autoestima: la opción de quererse a uno mismo y cuidarse adecuadamente, valorándose. 

Empatía: la capacidad de ponerse en la piel de los demás, haciéndose siempre la pregunta: ¿a mí me gustaría que me hicieran eso? 

Habilidades Sociales: tener la capacidad de relacionarse con los demás. Vive la inteligencia emocional 

Aunque la teoría es interesante lo que realmente es un reto es llevarla a la práctica. Y es que, si hay algo que no se puede aprender en los libros eso es la inteligencia emocional. 



FUENTE: Mónica Pérez de las Heras, Artículo publicado en la revista “Psicología Práctica” 

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